domingo, 9 de febrero de 2014

Vuestro techo, nuestro suelo - Ghadames III


La ciudad vieja de Ghadames fue abandonada en dos grandes “migraciones” a la ciudad nueva: el primer éxodo data de los años 60, cuando el rey Idris construyó numerosas casas fuera de la antigua muralla; sin embargo, Bashir nos contó que sólo unas pocas familias se mudaron, ya que estaban acostumbradas a su modo tradicional de vida en las viejas casas de adobe.

En los años 80, Gadafi construyó todavía más casas, y de un día para otro se mudaron las 600 familias que seguían viviendo en la ciudad vieja.

¿Por qué? ¿Fueron obligadas a punta de pistola por el mismísimo tirano? ¿Les pagaron por mudarse?

Más bien no. Simplemente, a esas alturas ya habían visto lo prácticas que son luz eléctrica y agua corriente, y lo cómodo que resulta aparcar el coche delante de la puerta de casa.

Así, la ciudad vieja fue abandonaba, y sus ancestrales muros comenzaron a ajarse y desmoronarse… hasta que llegaron la UNESCO y el turismo. 

La UNESCO declaró Ghadames Patrimonio de la Humanidad en 1986 (en el link tenéis algunas fotos majetas), y consecuentemente, un intenso proceso de restauración tuvo lugar en la ciudad: casas estropeadas por el abandono, casas donde alguna familia había vivido durante años en dudosas condiciones, casas hundidas por bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial, multitud de casas, en fin, fueron concienzudamente remozadas.

Así pudo llegar el turismo, que experimentó un pequeño florecimiento durante los años 90 y primeros 2000. Por lo visto, se organizaban numerosos viajes desde Trípoli a Ghadames, y desde Ghadames a Ghat y las montañas de Akakus. Hoy en día, tras la revolución, puede decirse que está la cosa un poco pará.

¿Cómo son las casas de Ghadames? Construidas con adobe, y encaladas después en blanco, todo su diseño está pensado para mantener el calor en invierno y el fresco en verano. Hasta ahí, son viviendas que podrían perfectamente encontrarse en Andalucía o en La Mancha.


Patio interior de una mezquita.



Las particularidades comienzan en la puerta de la calle; como sería imaginable, está hecha de madera de palmera, y algunas muestran muchos círculos de tela fijados con clavos. Estos puntos anuncian que el habitante de esa casa (léase el padre) ha realizado el hajj, la peregrinación obligatoria a La Meca que, por cierto, debe hacerse siete semanas después del Ramadán. También puede irse en otro momento del año, pero la peregrinación tiene menos valor y se llama Omra.

Lo más interesante de las puertas, sin embargo, no es su apariencia, sino el complejo sistema utilizado para llamar a ellas.

Si, por ejemplo, Bashir llamara a una puerta, tendría que dar tres golpes lentos y tres rápidos, anunciando que es un nombre el que llama; consecuentemente, saldría un hombre a abrirle. Si, en cambio, es una mujer la que llama, dará cuatro golpes rápidos, y será otra mujer la que salga a abrir.

¿Y si llama un forastero como yo, alguien que no conoce el código? Ante la duda será un niño el que abra, los únicos habitantes de Ghadames que pueden estar libremente con personas del otro sexo.

La separación entre hombres y mujeres, tan común en Libia, era especialmente marcada en la antigua Ghadames: los hombres se pasaban el día en la calle o en la huerta, así que las mujeres sólo podían salir de casa durante la oración o la cena, cuando los hombres estaban en la mezquita o poniéndose ciegos a cuscús.

¿Significa esto que las mujeres estaban encerradas todo el día? Para nada. Pero ya volveré luego a ese tema, pasemos ahora a visitar una casa, la casa de Bashir.

Totalmente renovada, la casa de Bashir tiene acceso a un amplio patio interior que, durante años, funcionó como bar, y que tiene pinta de haber estado muy bien. Hoy en día, sin embargo, es algo así como el saloon de un pueblo fantasma en el lejano oeste; tres años después del éxodo de los turistas, Bashir conserva la decoración, las mesas y las sillas dispuestas como si nada hubiera ocurrido, confiado como está en la reactivación del turismo. Esto le da al local un ambiente algo inquietante, como de tiempo detenido, como si los clientes hubieran abandonado el lugar precipitadamente pocos minutos antes.




What do you mean by "beer"???


Vajilla en proceso de fosilización.





La entrada a la casa en sí es una especie de zaguán, donde Bashir ha colocado en exposición utensilios típicos de Ghadames. Esto no es puramente postureo para los turistas, ya que la planta baja del hogar ghadamesí se utilizaba como almacén de enseres camperos, en ocasiones incluso como cuadra.


Un candil típico, los ghadamesíes lo llaman "candil malagueño".


Con esto trituraban huesos de dátil, para el ganado.


Tras dejarnos echar un vistazo a la planta baja, Bashir nos condujo al primer piso, la vivienda propiamente dicha.

Subimos una estrecha escalera que acaba en el cuarto de baño, una estrecha oquedad en la pared con un simple agujero en el suelo. Tras usarlo, se echaba un poco de agua, y al final del día se tiraban ahí las cenizas de la cocina, lo que sumado a la quema de perfume o incienso atenuaba el olor.

Al lado mismo del baño está la estancia principal de la casa, donde realmente hacía vida la familia. La habitación era tan pequeña y estaba tan llena de recovecos, que no fui capaz de sacarle una fotografía general, así que voy a intentar poneros en situación por partes. 

Para empezar, imaginad una sala cuadrangular cubierta por alfombras, y situaos en una esquina; a vuestra izquierda hay una pequeña puerta, vistosamente coloreada, que da acceso a la despensa. Más allá, una escalera adosada a la pared os lleva al dormitorio de las hijas.




Pasamos de la pared izquierda a la que está frente a nosotros, donde vemos otra puerta pequeña; no logré enterarme de qué había dentro, así que llegué a la conclusión de que es el dormitorio de David y Lisa. Al lado se dibuja el vano de una puerta mayor, una que podríamos atravesar sin agacharnos, y que está cubierta por una cortina: esta puerta conduce directamente al dormitorio nupcial, la cobba. Como podéis deducir, de ahí viene nuestro término alcoba.

Bashir nos explicó que, antiguamente, todos los matrimonios eran concertados por los padres, y los contrayentes no sólo no se conocían, sino que no se habían visto jamás durante su vida adulta, ya que hombres y mujeres no se mezclaban nunca una vez superada la infancia (y rara vez durante esta). El caso es que, tras la celebración de una boda, los novios pasaban su primera noche en la cobba, de forma un tanto curiosa. Voy a intentar reproducir las palabras de Bashir:


-      La novia, que llevaba un vestido tradicional muy grande y decorado, enormes pendientes, collares y diademas, y también mucho maquillaje, esperaba en la cobba la llegada del marido. Este venía acompañado de sus amigos y, antes de entrar, estos se despedían y le deseaban suerte. ¡Pensad que nunca la había visto! Podía ser blanca o negra, alta o baja, delgada o gorda, fea o guapa, ¡no tenía ni idea!  - Bashir hizo una pausa, se quedó pensativo y dijo algo más: - ¡Y no creáis que sólo el hombre estaba preocupado, para la mujer también podía ser un shock! En fin, una vez solo, el novio abría la cortina que cubría la cobba, y la cortina estaba dispuesta de tal modo que uno no podía pasar sin agacharse; esto estaba hecho a propósito, para asegurar que el hombre entraba mostrando respeto con una pequeña inclinación de cabeza.


Quizás lo aceptara sin más, no conociendo otra cosa, o quizás hubiera sido preparada y advertida por su mayores y no le diera mayor importancia, no lo sé. Sin embargo, la imagen de una chica disfrazada y colocada en una habitación, sola, esperando la llegada de un desconocido, escuchando primero cómo este comentaba la jugada con otros desconocidos, fue una estampa que me impresionó bastante.


La cobba vista desde fuera.



¿Por qué adornar el cabecero de un lecho conyugal con dos enormes cuernos? ¿Por qué?


Si dirigimos la vista hacia la pared de la derecha, veremos otra pequeña puerta a la que se accede por siete escalones adosados, y nos deslumbrará la exagerada, absurda decoración: cazos de cobre, tapas hechas de palmera y lana que se usaban para conservar la comida caliente y a salvo de las moscas, candelabros, candiles, abanicos... semejante profusión de objetos domésticos está orientada más bien a la visita turística, y lo único que realmente formaba parte de la decoración original son las omnipresentes pinturas, siempre rojas, verdes y amarillas.


A la izquierda está la puerta a una estancia más pequeña... ¡a tres metros de altura sobre el salón!


También os puede llamar la atención que se repiten las formas de tres triángulos contiguos, una decoración que, de hecho, abunda por toda la ciudad y es el símbolo de Ghadames (aunque después vi el mismo símbolo en la ciudad de Ghat). Bashir nos dio dos posibles explicaciones sobre el origen de este dibujo:

-      Los triángulos simbolizan la corona de algún rey viejuno.
-      Los triángulos simbolizan la santísima trinidad cristiana, remontándose al período cristiano de Ghadames, durante la ocupación del imperio romano.

A Bashir le gusta más la primera explicación.

Volviendo a la decoración de la casa ghadamesí, hay otro elemento que también estaba presente hace años, cuando Bashir y el resto de sus paisanos todavía vivían en el casco antiguo: la abundancia de espejos, pensada para aumentar la escasa iluminación.

La única entrada de sol es un pequeño tragaluz en el techo, por el que se cuela más bien poca luz; esta, sin embargo, se refleja en el primer espejo, rebota hacia el segundo, y de ahí a todos los demás, situados estratégicamente por la estancia. El sistema funcionaba tan bien, que a veces la luz era incluso excesiva, por lo que varios espejos contaban con cortinas.




Techo y tragaluz cubierto.

Uno de los espejos mini.


Muchas cosas me llamaron la atención durante la visita a la casa, pero sin duda lo más bizarro de todo, quizá sea incluso lo más bizarro que he visto en mi vida, fueron ocho pegotes de escayola en una pared frente al salón:


Sí, sí, parecen muy inocentes.


En algún momento de la visita le preguntamos a Bashir cuánta gente vivía en la casa, o lo que es lo mismo, cuántos hermanos y hermanas había en la familia; ante esta pregunta, se puso muy contento y nos mostró las ocho pelotas de escayola, mientras nos explicaba de qué se trataba la extraña decoración:

-      ¿Sabíais que los musulmanes practican la circuncisión? En Ghadames era tradición cubir con escayola el prepucio cortado de cada hijo varón, y se pegaba en alguna pared de la casa. Yo soy este de aquí abajo.

Si Bashir esperaba que nos quedáramos con la boca abierta y los ojos como platos, no quedó decepcionado.

Después de un agradable descanso, sentados entre las docenas de cojines que jalonaban el suelo, Bashir nos indicó la única escalera que aún no os he descrito, y que comenzaba justo al lado de la puerta de entrada al salón. Fuimos tras él, y llegamos por fin al territorio de las mujeres ghadamesíes: los tejados de la ciudad.

Todas las casas de Ghadames cuentan con una azotea, en la que normalmente había dos habitaciones. Una de ellas está prácticamente vacía, y se utilizaba como refugio: en verano, cuando el calor apretaba de verdad, la familia se subía a dormir a la azotea, más fresca que el interior de la casa; sin embargo, la temperatura del desierto no es cosa de tomarse con calma y con una mantita, ya que puede descender mucho y muy rápidamente. Si así ocurría, la familia se pasaba a dormir a esta habitación semi vacía, en lugar de tener que desfilar de nuevo al interior de la casa.

El otro cuarto de la azotea era la cocina, tan rudimentaria como efectiva:







Esto, por ejemplo, era el horno, y se utilizaba principalmente para hacer pan. 

Si lo he entendido bien, primero se calentaba el horno quemando dentro algo de leña (y boñiga seca de camello, supongo, pero Bashir no dijo nada de eso). Después, el horno se vaciaba, y finas masas de pan en forma de torta se adherían a sus recalentadas paredes, donde se cocían.

Además de para acompañar otras comidas, este fino pan es el ingrediente principal del ftat, una especialidad bereber de la que ya os he hablado, y que está deliciosa. Podéis aprender más sobre ella aquí









Y esto de la derecha es la cocina propiamente dicha: los dos zocalillos sostienen la olla unos centímetros por encima del suelo, dejando así un hueco para que el fuego pueda arder libre y oxigenado.

Aquí se cocinaba el cúscusi (que así se dice cuscús en Libia), la baqqaba (un plato a base de pasta), y cualquier otra comida de olla.



 


En la azotea había poco más, y a la vez mucho, mucho más; la azotea es una puerta que conduce a otro mundo, a otra dimensión dentro del pequeño universo de Ghadames.

Si os acordáis, antes he comentado que las mujeres de esta ciudad apenas salían a la calle, pero también he dicho que no se quedaban encerradas en casa todo el día; ¿cómo es esto posible? ¿Aceptamos "subir a la azotea" como "no quedarse encerrada en casa todo el día"? Para nada.

Una de las cosas más fascinantes de Ghadames es que todas sus casas están comunicadas por las azoteas. Estrechas pasarelas, amplios pasajes, incluso pequeñas plazas jalonan los tejados de la ciudad, y es ahí donde las mujeres hacían vida. Sin pisar la calle, una podía ir desde su casa hasta la oficina de correos, visitar a cualquier vecina, o incluso acercarse a los enclaves del pueblo donde se reunían los mayores, y fisgonear cómodamente desde las alturas. De hecho, en Ghadames se solía decir sobre los matrimonios de conveniencia (es decir, prácticamente todos), que el hombre es el único que no sabe lo que le espera en la noche de bodas, ya que la mujer ha podido verle muchas veces desde arriba. 

No sé hasta qué punto esto es una ventaja: estoy muy contenta porque me han prometido a Mustafa ben Omar; ¡tiene una coronilla monísima!


El callejero femenino de Ghadames visto desde la casa de Bashir.

 
Bashir paseando por su calle

 
En los tejados había también muchas tiendas. Si un señor tenía una carnicería en la calle de tal, es probable que su mujer tuviera otra en el mismo sitio, sólo que diez metros más arriba. Telares, teterías, escuelas, todo ello podía encontrarse en los tejados de Ghadames.

De hecho, dos o tres tejados más allá de la casa de Bashir, nos topamos con un grupo de mujeres que estaban dando un paseo. Al principio me pareció un encuentro bastante extraño: ¿qué hacían las mujeres ahí arriba? Ya no vive nadie en la ciudad vieja, ¿por qué no van por la calle si les da la gana?

Después, pensándolo un poco, comprendí la estupidez de mi razonamiento: ¿qué pintaría un grupo de mujeres paseando por la calle? Si pretendían dar un paseo por los lugares en que se criaron, dar rienda suelta a la nostalgia, enseñar a las pequeñas cómo habían vivido sus madres y abuelas, lo lógico era hacerlo en el Ghadames que ellas conocieron, y ese no es otro que el Ghadames de las alturas, el mundo de las mujeres, donde ningún hombre por encima de los doce años tenía permiso para entrar.

El grupo se componía de seis mujeres: dos de ellas en torno a los cincuenta años, y cuatro rondando los veinte. Bashir las reconoció enseguida como parte de la tribu Walid (Bashir pertenece a la otra tribu de Ghadames, Wasit). Tan pronto como vieron a Charlotte, prácticamente la secuestraron, la obligaron a sentarse con ellas y comenzaron a darle galletas y zumo como si no hubiera un mañana. Viendo que parecía contenta con el asalto, Bashir y yo continuamos el paseo.



Así está el barrio bombardeado por las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial.





Enorme casa, patio con ovejas y detalle de una calle "normal" abajo a la izquierda. Arriba, los tejados blancos.




Me pasó algo curioso durante ese último, inesperado, inolvidable paseo.

Caminábamos por los tejados de Ghadames, pasando de uno a otro sobre estrechas pasarelas de piedra encalada. Rodeado por ese mar blanco, por las palmeras y por el enorme desierto, no podía dejar de pensar en la tópica imagen de un pícaro corriendo por los tejados de alguna ciudad árabe, sus pantalones bombachos llenos de monedas robadas, su rostro iluminado por una confiada sonrisa mientras se burla de los guardias que corren y saltan tras él. 

He visto o leído historias de persecuciones sobre tejados similares en libros como El ladrón de Bagdad, en historias de Las Mil y Una Noches, en la película de Disney Aladdin, en los comics del Capitán Trueno; para mí, que de niño pasé leyendo casi más tiempo que viviendo, los tejados del mundo árabe son una imagen legendaria, un cuadro que puedo ver con claridad en mi cabeza, como puedo ver los barcos piratas del mar caribe, las caravanas del desierto africano, los castillos y justas de la Europa medieval o las impenetrables junglas de la India; sin embargo, todos esos cuadros se quedan ahí, son simplemente cuadros que yo, armado con un libro y con mi imaginación, visitaba a menudo a lomos de un elefante, sobre el castillo de popa de una galera, o desde las saeteras de algún oscuro torreón. Su tiempo pasó, se terminaron, ya sólo existen en los libros y en mi cerebro.

Aquel día, sin embargo, mi paseo por esas improbables calles del aire dio vida a uno de aquellos cuadros. No vería pícaros, ni guardias, ni genios de la lámpara, ni siquiera quedan ya los cientos de mujeres que riendo, gritando, vendiendo, riñendo a los niños o cantando, le daban vida a los tejados de Ghadames; no obstante, una fuerte emoción me asaltó caminando por el marco encalado de aquel mundo extinto. 

Esos quince minutos silenciosos me sacaron de tantas noches leyendo a escondidas, viendo cómo la palabra escrita se transformaba en imágenes vivas dentro de mis ojos, para ponerme de verdad en medio de esas mismas imágenes, imágenes que ahora intento transformar en palabra escrita para que nuevas imágenes surjan, esta vez dentro de vuestros ojos. Quizá la vida, al final, puede resumirse en eso, un constante atesoramiento de memorias, de fantasías, de imágenes. Lo extraordinario es que, además de atesorarlas, nos es dado vivirlas.

Pasado un rato, rescatamos a Charlotte y dimos por finiquitado el paseo por la ciudad. Esta entrada queda igualmente finiquitada, y os emplazo al próximo capítulo, que tendrá lugar en la Gran Duna de Ghadames, ¡salud!







4 comentarios:

  1. Relato y fotografías excelentes. Muchas gracias.

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  2. Pronto te vas a convertir en el Principe de Persia, digo de Libia, buscando tesoros por los tejados!!.
    Los últimos 5 párrafos son increíbles.
    Enhorabuena!!!

    La Parda Lorenza
    La Parda

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    1. Jaja, tenía que haber pensado en el príncipe de persia!!! Sí, bebiendo zumitos de colores y pixelado perdido, ese es mi nuevo objetivo!

      ¡Como siempre, me encanta verte por aquí, Parda querida!

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