jueves, 27 de febrero de 2014

El castillo entre las dunas - Ghadames IV



Tras el intensivo paseo por la ciudad vieja, la última gran atracción que nuestro guía Bashir nos había preparado consistió en una excursión al desierto. El plan era visitar la gran duna de Ghadames y su… ¡castillo romano!

Ghadames está situada en un punto estratégico bastante importante, la triple frontera entre Libia, Túnez y Argelia. Desde la ciudad, situada en llano, no se aprecia gran cosa, pero a unos diez kilómetros se alza un promontorio natural desde el que se ven kilómetros y kilómetros de llanura desértica. Ese sería nuestro destino.

Bashir nos consiguió un coche todoterreno, vehículo sin el cual es difícil moverse por el desierto. A eso de las cuatro y media de la tarde, dos horas antes del atardecer, nos pusimos en camino.

Nuestra breve ruta atravesaba el dáhara alrededor de Ghadames; si lo he comprendido bien, dáhara es la palabra árabe para el desierto de tierra y piedra, mientras que sáhara se refiere al desierto de arena.

Yo, que me obsesiono con las cosas más peregrinas, iba todo el rato pendiente del paisaje, buscando atisbar alguna plantación de palmeras datileras; fue un fracaso total, y sigo sin saber de qué palmeras vienen los dátiles de Ghadames que se consumen por toneladas en Trípoli. Aparte de eso, fue un viaje corto y bonito, y abandonamos pronto la carretera para seguir después a toda pastilla por el arenal, siguiendo simplemente las rodadas que otros vehículos habían dejado antes.


Pequeño oasis fotografiado a la carrera.


Pronto llegamos al promontorio donde se ubican las ruinas de un antiguo castillo romano. Cuando digo ruinas, quiero decir ruinas:


Es lo de arriba.


Por esta fortaleza han pasado romanos (yo sigo sin acabar de creérmelo), árabes, otomanos e italianos, y se cree que ya los bereberes utilizaban el promontorio como elevación defensiva y de reconocimiento. Además, los habitantes de Ghadames dicen que un túnel (de ubicación hoy en día desconocida) comunica la fortaleza con la ciudad.

Bueno, también dicen que en la fortaleza, dentro de una cueva, vive un terrible monstruo, así que no sé bien qué pensar.

Como ya he dicho, esta pequeña colina era el único punto relativamente cercano a Ghadames desde donde se podía otear en la distancia la llegada de enemigos, así que es natural que las distintas culturas que han pasado por la zona hayan tenido allí puestos de vigilancia. Hoy en día, el promontorio podría utilizarse con el mismo objetivo, ahora para controlar la auténtica fuente de ingresos de la ciudad: el contrabando.

No tengo datos objetivos, ni cifras, ni testimonios de primera mano. Bashir no quiso extenderse en el tema, pero reconoció sin rubor que el contrabando existe, y no poco. Lo que no quiso explicar es si en Ghadames se dan todos los contrabandos que hoy en día existen en Libia: alimentos, alcohol, armas, personas... yo imagino que, por lo menos, mucho alcohol debe entrar a Ghadames, ya que la mayor parte del que se consume en Libia proviene de Túnez o Argelia.



Al fondo, Argelia (creo).


Al fondo, Túnez (creo).


En la foto de ¿Túnez? se ve una pequeña construcción blanca. Es un cementerio. A su izquierda, si os fijáis, hay una especie de marcas en el suelo. Son otro cementerio.

No hicimos mejores fotos porque pillaba algo lejos, pero tiene su historia, aunque no la entendimos muy bien. Bashir nos contó que, hace muchos años, unos ladrones (?) atacaron el castillo, no sé en qué época. El caso es que se montó una pequeña batalla, y muchos murieron, ladrones y castellanos. Por lo visto, en lugar de abandonar los cadáveres a su suerte, se decidió enterrarlos, pero a unos bien, y a los otros de cualquier manera. ¿Cómo se decidió quién yacería dónde? Bashir nos dio dos teorías:

a. Los musulmanes en el bueno, los infieles en el otro.
b. Los castellanos en el bueno, los ladrones en el otro.

Moraleja: no todo aquello que se hace pensando en la posteridad llega hasta ella.

Otras cosas: el desierto del Sáhara, como gran parte de los cinco continentes, estuvo una vez cubierto por el mar. Para deleite vuestro, aquí está la pésima foto de un fósil:



Está justo en el medio, a la derecha del punto blanco de la izquierda (toma expresión escrita).


Tras un rato triscando por la fortaleza, descendimos la colina y nos dirigimos de nuevo al coche. Nuestro siguiente destino sería la gran duna de Ghadames, que es como uno se imagina el desierto del Sáhara: una montaña de arena fina colocada por el viento y el tiempo, como diciendo sácame fotos, criatura.

Antes de partir, Bashir nos preguntó si queríamos ir por el camino seguro, o si preferíamos ir a lo loco por las dunas. No lo dijo así, a lo loco por las dunas, pero su descripción iba en la misma línea: very dangerous and very funny. Obviamente, escogimos la opción funny, así que el conductor desinfló ligeramente las ruedas del coche, y se puso a subir y bajar dunas. Al final nos decepcionó un poco el dangerous paseo, y es que o el hombre no sabía hacerlo bien, o no quería que nos diese un sofoco de la impresión.

Finalmente llegamos a lo alto de la duna, y estuvimos allí cerca de una hora. No voy a describiros mucho el lugar. Me reservo mis impresiones para las dunas de Ghat, que dejan la de Ghadames en un simpático montoncito de arena. Sí aprovecho para describiros otra idiosincrasia libia.

Imaginaos la escena: estábamos en lo alto de una preciosa duna de arena dorada; a nuestra espalda, sobre kilómetros y kilómetros de llanura, se alzaba la luna llena, y frente a nosotros se extendían más dunas y la puesta del sol, que otorgaba al entorno colores rojos, rosas, naranjas y oro. Soplaba una suave brisa, y no hacía ni frío ni calor, la temperatura justa para que el jersey no estorbe, pero sea agradable ir descalzo por la arena. ¿Se os ocurre algo para mejorar la situación?

Para mejorarla no sé, pero si hay un coche a mano, el libio medio podrá empeorarla.

Veréis, parar el motor del coche es para un libio lo que dejar al bebé solo en casa es para un padre primerizo: terrible e impensable. Los libios nunca, nunca paran el motor del coche a no ser que lo quieran dejar definitivamente aparcado. Si, por ejemplo, vas a tu casa a cambiarte de ropa y saludar a tus padres antes de volver a salir, dejas el coche en la puerta con el motor en marcha, ¿por qué no? ¡La gasolina es gratis!

Nuestro conductor ghadamesí no era ninguna excepción, y tuvo el motor del coche encendido todo el tiempo. Una hora enterita. Ni se le pasó por la cabeza pararlo, para qué, se tiró una hora sentado junto a él, con el runrrún en la oreja, y tan feliz. Yo tampoco le dije nada: era un poco fastidioso, pero qué narices, va con el país.

Una vez el sol se había puesto y empezaba a oscurecer, nos fuimos. Es una sensación extraña, marcharse del desierto, de ese desierto de postal. Es como si hubieras hecho algo que siempre habías deseado hacer, o más bien como si hubieras hecho algo que mucha gente desea hacer, un lugar común, algo así como tener un hijo o ver un eclipse de sol. Como si hubieras hecho algo importante, aunque en realidad no lo es.

Lo malo de esta excursión fue la luz. Malo para vosotros, quiero decir, ya que la luz era estupenda para ver el sitio, pero pésima para sacar buenas fotos (alguien que sepa hacer fotos habría sacado fotos increíbles, pero no es el caso). Aquí os dejo algunas, para que os hagáis una idea, pero sobre todo como aperitivo para el desierto de verdad, Ghat. ¡Salud!


Las dunas vistas desde la fortaleza.


Acercándonos...


La luna y una llanura roja, que minutos antes había sido amarilla y luego dorada y, ya tras la puesta de sol, marrón.


 

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