martes, 7 de enero de 2014

Alcázares y miradores


No se puede decir que Libia haya sido nunca un destino turístico puntero, pero antes de la Revolución de 2011 había cierto flujo de visitantes; por lo general venían en viajes organizados, y los llevaban y traían del hotel a la visita guiada, de la visita guiada al hotel. El merodeo libre no estaba bien visto por el régimen, se prefería la foto rápida con el monumento de turno, y después directos a la cama. Algo que, por otro lado, parece gustarle a buena parte de los turistas.

Hoy en día, la situación inestable del país ha acabado con ese tímido sector turístico, que supuso un importante impulso económico para lugares como Ghadames o Khums (donde está Leptis Magna), declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Sin embargo, algunas empresas siguen abiertas, esperando optimistas que alguien contrate sus servicios. 

Pues bien, hace un tiempo le dimos un alegrón a una de ellas, ya que contratamos un viaje a la Sierra de Nafusa.

A eso de las nueve nos encontramos con nuestro chófer, Salah. Natural de Khums, es un tipo muy simpático que ríe todo el tiempo, y habla inglés e italiano con mucha soltura (sin haberlo aprendido en ninguna escuela, cuenta con orgullo). Antes se dedicaba a las visitas guiadas, pero con la revolución (y la consecuente desaparición del turismo) tuvo que dejar el asunto y dedicarse a su oficio original, la pesca. 

Tras hora y media de trayecto, llegamos al enclave que anuncia la entrada en la sierra:



Entrañable monumento a las puertas de Nafusa.


Nuestra primera parada sería el Qsar al-Hajj, en el pueblo del mismo nombre. Como ya deberíais saber, los Qsar de Nafusa son construcciones bereberes orientadas al almacenaje de alimentos y, en ocasiones, a la defensa militar. Me enteré también de una cosa que no sabía: en el qsar solían celebrarse mercados regionales varios viernes al año; la verdad, y dado que hay unos 500 kilómetros entre ambas zonas, yo no consideraría la unión de datiles de Ghadames con aceite y cereal de Nafusa algo "regional", pero en fin.

Lo mejor de esta segunda visita a Qsar al-Hajj fue, sin embargo, que esta vez pude verlo por dentro. Os hice algunas fotos:


Primera impresión al entrar, cada celda pertenecía a una familia del pueblo.


Celda por dentro, dintel y puerta de palmera.


En muchas celdas hay tinajas y canastos con cereal de los años 60.


Otra panorámica, con la escalera que lleva al piso de arriba.



Tejados del qsar con la sierra de Nafusa al fondo.


Tras la visita al qsar, Salah nos dio un paseo por la ciudad vieja (madina qadima) de Qsar al-Hajj, que tiene poco atractivo comparada con las de Jenaun o de Kabao. Cada vez que pasábamos por una casa-cueva, Salah repetía que los bereberes vivían como conejos.

Nuestro viaje continuó dirección Termisa, ciudad encaramada en lo alto de una colina, y de la que ya os hablé aquí. Después de haber estado en su ciudad vieja durante el Festival de la Cultura Amazigh en octubre de 2012, cuando todo estaba lleno de puestos, mercadillos y visitantes, fue un poco extraño pasear por las ruinosas calles vacías, nadie más que nosotros por allí. Incluso entré en una casa algo mejor conservada, donde el año pasado estuve tomando té con un tuareg; ahora la alfombra donde nos sentamos está raída por la humedad, y el juego de té sigue ahí, tirado por el suelo, esperando quizás al próximo festival.

 
Uno podría quedarse a vivir en los miradores de Termisa.



Tras casi una hora de paseo nos encaminamos a lo que, al menos para mí, era el plato fuerte del viaje: Yefren, una de las dos "grandes" ciudades de Nafusa que aún me faltaban por ver. Además, por el camino atravesaríamos Zintan, otro sitio interesante.

¿Por el camino? La verdad es que el camino no estaba nada claro; Salah nos confesó que no había estado nunca por esa carretera y, efectivamente, se detenía cada dos metros (más o menos) para preguntar por donde teníamos que ir. A lo largo del día le preguntamos a gente de todo tipo: bereberes y árabes, libios, egipcios y tunecinos... hasta le preguntamos a un grupo de niños en torno a los seis años, que se encogieron de hombros a coro y no supieron qué decirnos, un gesto que, de haberlo grabado, habría sido el vídeo del año.

Poco a poco, pregunta a pregunta, llegamos a Zintan. Es este un pueblo bastante grande, que durante la Guerra Civil se convirtió en uno de los principales bastiones revolucionarios, prácticamente al nivel de Benghazi o Misrata

No sólo eso: en Zintan se mantiene prisionero a Saif el-Islam, hijo de Gadafi que, supuestamente, le habría sucedido en el poder. Espera allí su juicio, y la ciudad de Zintan se niega a entregarlo no ya a las autoridades de Trípoli, sino a la Corte Penal Internacional de La Haya, que pide ser la encargada de juzgarle. 

Esta obstinación por retenerle se debe, según algunos libios, a una inteligente precaución por parte de Zintan: si la Libia Libre fracasa, ellos tendrán en la despensa a un descendiente del Gran Coronel, dispuesto a sacar al país de la anarquía, y a favorecer en el proceso a sus captores/protectores. Francamente, es una idea tan retorcida y perversa, que podría hasta ser cierta.

Después de Zintan, atravesamos una ciudad fantasma cuyo nombre he olvidado, creo que era Mashasha. Esta ciudad, al parecer, se puso del lado de Gadafi durante la guerra; al terminar esta, las milicias de Zintan se aprestaron a castigar a los habitantes de Mashasha, obligándoles a abandonar el lugar. Ahora están en Trípoli, en Túnez, ha sido una diáspora en toda regla (de la que en Libia, por cierto, nadie habla). La pequeña ciudad, populosa hace un par de años, está hoy despoblada, saqueada, parcialmente en ruinas, su pulso detenido en la guerra.




Desde el coche no pude fotografiar bien la desolación, aquí se ven marcas de bala y vacío.


Y por fin llegamos a Yefren. To be continued.


1 comentario:

  1. Muy interesante. Y bonitas fotos del Qsar al-Hajj.

    Mateu

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