domingo, 17 de marzo de 2013

La tríada gastronómica II


La segunda sesión gastronómica con Abdulsalam, Abubakr y Hisham resultó más accidentada que la primera.

Todo comenzó a torcerse cuando Abubakr anunció que no podría acompañarnos el viernes, ya que tenía un compromiso en su pueblo; ante eso, Hisham propuso posponer la cita para el sábado. A mí se me encendieron todas las alarmas, ya que el sábado trabajo, y ya sé cómo se las gastan los libios con los horarios. Pedí que lo dejáramos para la semana siguiente, a lo que Hisham se negó:

-         Pero Hisham, yo el sábado trabajo, de hecho tengo clase con vosotros.
-         Claro, comemos y vamos todos a clase.
-         No, pero yo tengo que estar antes, entro a las tres.
-         ¿A las tres? ¡Pero si la clase es a las cuatro y cuarto!
-         Ya, pero tengo que preparar cosas. Y aunque no fuera así, es mi horario de trabajo, y tengo que ir a la hora que tengo que ir.
-         ¿Y no puedes avisar de que vas más tarde?
-         (conteniendo un suspiro) No, Hisham, tengo un horario de trabajo, y no puedo cambiarlo porque me voy a comer con los amigos.


Decidí arriesgarme (si la cosa salía mal, siempre podía marcharme y tomar un taxi), y quedé con Hisham en que se pasaría a recogerme entre las doce y la una.

El sábado estaba yo vestido y calzado a las doce, preparado para bajar a Plaza Argelia en cuanto me llamaran, aunque sin mucha fe de que esto ocurriera a horas apropiadas.

Había comenzado a escribir crónicas a eso de las once, y en esas estaba cuando Hisham me hizo una perdida. Comprendiendo el mensaje, bajé a la plaza.

Ni rastro de Hisham.

Imaginando que andaría cerca, le llamé:

-         ¡Hola Lorenzo!
-         Hola Hisham, ¿dónde estás?
-         ¿No te ha llamado Abdulsalam?
-         ¿Eh?
-         Abdulsalam, te recoge él.
-         ¿Ah, sí? ¿Y por qué me has hecho tú una perdida?
-         ¿Te he hecho una perdida?
-        

Eran las doce y media; volví al piso, volví a encender el ordenador, continué escribiendo.

A la una y media Abdulsalam me hizo una perdida, así que apagué el ordenador, me puse los zapatos, y de repente se me encendió una bombillita que decía no tropieces dos veces en el mismo libio, y le llamé:

-         Hola, Abdulsalam.
-         Hola, Lorenzo. Escucha, estoy a quince minutos de tu casa, ¿ok?
-         … ok, aquí te espero.

¿Por qué me haces perdidas si aún no has llegado? ¿Confías en mis dotes de adivinación? ¿Te aburres al volante? ¿Quieres arruinarme la cordura?

Encendí de nuevo el ordenador, y me puse a escribir esta misma entrada, con la intención de insuflarle todo el mal café que se me estaba poniendo.

En un momento dado, Abdulsalam llamó desde Plaza Argelia. Apagué el ordenador por última vez, y me dirigí a su encuentro. Eran casi las dos menos cuarto.

Ya en el coche, le pregunté por qué no había podido quedar con nosotros el viernes:

-         ¿Por qué no pudiste quedar con nosotros ayer?
-         Ah, tuve que ir a mi pueblo.
-         Ya, Hisham me lo dijo, ¿pero por qué? ¿No sería algún problema?
-         No, bueno, la mujer de mi hermano.
-         ¿Y bien?
-         Nada, que se ha ido al infierno.
-         ¿Sorry?
-         No, que se ha muerto, y tuvimos que enterrarla.
-         ¿No era buena persona, o qué?
-         No, sí, no sé.
-         Bueno, te acompaño en el sentimiento.
-         Gracias.

Tras esta agradable charla, y para mi desconsuelo, Abdulsalam se empeñó en que le enseñara cosas en alemán: ich habe gewonnen (he ganado), ich habe verloren (he perdido), Kopfschmerzen (dolor de cabeza). Fue muy entrañable, y durante el trayecto decidí que, aunque me dejara las higadillas en el intento, llegaría puntual al trabajo. Se había convertido en algo personal.


Llegamos a casa de Hisham a las dos en punto, unas dos horas después de lo acordado. Nuestro anfitrión nos recibió cordialmente, y nos hizo pasar a un salón en el que todo era de color marrón. Lo más extraño del sitio, sin embargo, no era el color, sino que las persianas estaban bajadas hasta el tope, y nos alumbrábamos con la luz eléctrica. De hecho, en un momento dado se fue la luz, con lo que nos quedamos a oscuras. A las dos de la tarde.

Abubakr ya estaba ahí, jugueteando con el hijo de Hisham:

-         ¡Hola, Lorenzo!
-         ¡Abubakr, qué tal! ¿Y este niño?
-         El hijo de Hisham, se llama dlutoaiheue.
-         ¿kaoslisdo?
-         No, dlutoaiheue. Ya, es un nombre raro, Hisham, ¿de dónde sacaste el nombre de dlutoaieheue?
-         Del Corán – sigue una conversación en árabe entre ellos.
-         Fíjate, yo tampoco conocía el nombre, significa que eres una persona que lee mucho el Corán, que está siempre rezando, vamos, una buena persona.
-         Ajá.

Eran las dos y cuarto. Me esperaba una comida de talla monumental (creo que, así como hay una fuerza física que nos atrae al centro de La Tierra, hay una fuerza física que impide a los libios dejar a un invitado con hambre), y tenía que apañármelas para dar buena cuenta de ella en media hora.

O menos, ya que nadie nos llamaba a comer. Hisham se levantaba regularmente para volver al poco rato, y esto me hacía sentirme aún peor, ya que lo imaginaba yendo a la cocina una y otra vez, metiendo prisa a quién sabe qué mujeres, o a su mujer sola, ¿cómo saberlo en el mundo impenetrable de la familia tradicional libia?

Y en buena parte era por mi culpa.

Mientras esperábamos, los hombres conversaban, medio en inglés, medio en libio, y yo me mantenía nerviosamente al margen. Abubakr y Hisham discutían el protocolo que hay que seguir para obtener el visado Schengen, el hermano de Hisham entraba y salía, Abdulsalam repetía para sí Kopfschmerzen… Kopfschmerzen… mientras, yo me imaginaba la escenita cuando me levantara y anunciara que me iba, y la escenita cuando llegara tarde al trabajo y me encontrara a Maria Valquiria con el látigo y la mirada furibunda.

Finalmente, a eso de las dos y media, Hisham nos hizo pasar al comedor, y lo que vi terminó de darme la puntilla: en veinte minutos tendría que ventilarme una montaña de osbán (la morcilla libia) y mi parte de una fuente de cuscús con carne de camello. Está claro que hay días en que todo se tuerce.


Comed, amigo Sancho, y desayunaos con esta espuma,
en tanto que se llega la hora del yantar.


La comida fue opípara, de lo mejor que he comido por aquí. El osbán, del que soy fan a muerte, estaba delicioso, y el cuscús también; en cuanto a la carne de camello, era la primera vez que la probaba, y la verdad es que está buena; no la cambio por la ternera, el cordero o el cerdo, pero no por mala, sino porque las otras están aún más buenas.

Consciente de que tendría que comer mucho para que me permitieran levantarme, me di prisa. Yo como muy despacio (una vez tardé una hora en comerme un plato de macarrones), pero en esta ocasión ni me veía las manos, tan atareado estaba pasando del osbán al cuscús, del cuscús a mi trozo de carne, de la carne al osbán.

A las tres menos diez anuncié que me iba.

-         Bueno, Hisham, lo siento mucho, pero me tengo que ir – me miró un poco torcido, así que redoblé mi ataque -; esto es una gran vergüenza para mí, y espero que no te ofendas tú, ni tu familia – se relajó un poco, momento que aproveché para entrar a matar -; muchísimas gracias, es la mejor comida que he probado en mi vida. Junto con el bazín de la madre de Abdulsalam.

Todos reímos ante mi diplomático cumplido. A mí no me hacía tanta gracia tener que disculparme por haber respetado todos los cambios de planes que me habían ido comunicando, sin que nadie pareciera respetar mi único plan, que por cierto no había cambiado en ningún momento, pero en fin. Las cosas son como son, y tonto yo (again) por haber aceptado la invitación, sabiendo lo que pasaría al final.

Hice el amago de levantarme, pero Hisham me retuvo:

-         Come algo de fruta.
-         No, de verdad – eras las 14.52 -, estoy llenísimo, no podría comer nada más.
-         Por favor. No puedo permitir que te vayas sin comer algo de fruta.

Ok. Pues nada. Cogí una ciruela, la engullí, e hice el amago de levantarme, pero Abubakr me retuvo.

-         Espera, hombre. El anfitrión tiene que señalarnos el camino primero – of course, se me olvidaba que antes de dejarnos marchar tiene que esconder a las mujeres. 14:53.

Por fin, Hisham guardó a su señora en algún cuarto (qué mundo, copón), y nos permitió salir a ponernos los zapatos. Nos despedimos, y a las 14:55 estaba yo abriendo la cancela de la valla, cuando Hisham nos llamó de nuevo:

-         Tomad, llevaos algún dulce – cogimos un par de galletas de chocolate -, coge pistachos para después, Lorenzo – me guardé un puñado de pistachos y reprimí las ganas de sacarle los ojos con ellos.

Subimos al coche (era Abubakr el que me llevaba ahora), encendimos un cigarro, y ya arrancábamos cuando apareció Hisham por la ventanilla, corriendo, llamando a Abubakr con cierta preocupación. Conversaron en árabe hasta las 14:57.

-         ¿De qué habéis hablado?
-         De la carne de camello.
-         ¿Eso era tan urgente?
-         Sí, me ha recordado que me lave antes de rezar.
-         ¿QUÉ?
-         Sí, la carne de camello no es pura del todo, así que no puedes tocarla e inmediatamente después rezar, entonces, si ya me hubiera purificado para rezar, tendría que hacerlo otra vez.
-         Bueno, pues menos mal que te lo ha recordado a tiempo. ¿Ya te has purificado?
-         No, tenía que hacerlo de todas formas.

Por el camino, Abubakr me afeó un poco mi conducta. Yo le dije que era consciente de que las cosas entre libios no se hacen así, pero que tenía que comprenderme, viviendo como vivo con el culo entre dos sillas, la africana y la europea. Aparte, avisados estaban, yo ya dije que el sábado era mal día.

Llegamos a la universidad, Abubakr se quedó en el coche, dispuesto a echarse una siesta, y yo me fui a la sala de profesores, cinco minutos tarde y echando el bofe.

Creo que no habrá una tercera sesión gastronómica. Ya os contaré.

1 comentario:

  1. Identificadísima me siento con este post. Me encanta. Refleja lo que sentía muchas veces yo el pasado año en Marruecos. Parece que ambos países tienen muchísimo en común. Sobre todo lo de tener que disculparte cuando en realidad ya estaba todo pre avisado y encima ellos llegaron tarde y te hicieron esperar media mañana sin avisar.

    Yo, que trabajo desde casa, me sucedía que aún comprendían menos el hecho de que a las 9 de la mañana, como muy tarde, necesitaba mi ordenador y una conexión a Internet y ponerme a trabajar. Sí o si. Muy a menudo me decía: pues hoy no trabajes. Y yo les decía: si hoy no trabajo, ya tampoco me dejarán trabajar mañana ni pasado ni nunca más xq en España no puedes faltar a trabjar así porque sí, porque te apetece. No lo comprendían muy bien. Uf y la de veces que se empeñaban en hacer planes en mis horas de trabajo y se enfadaban cuando los rechazaba, aunque vieran que estaba frente a mi ordenador concentrada..... En fin

    Intercultural shock!

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