Hace mucho que no sigo con la crónica
política de Libia, pero no debéis censurármelo demasiado, ya que es muy difícil
escribir sobre ello. ¿Por qué digo esto? Lo primero, porque aparentemente no
hay nada que decir al respecto, ya que apenas nada ha sucedido; lo segundo,
porque en realidad han pasado miles de cosas, pequeñas, subliminales, y habría que escribir
algo al hilo de todas ellas.
¿Qué hacer, cómo nadar entre dos aguas tan
distintas, tan dulce la primera, tan salada la segunda? Ni soy analista
político, ni estoy tan bien informado como los periodistas estilo Rudolf, que
se mueven en esa esfera. Yo soy más de historias pequeñas que de grandes
procesos, mi mundo es el mundo del libio de a pie, y son historias de a pie las
que me llaman la atención y las que me llevan a escribir.
Sin embargo, la situación política actual es
muy interesante y, aunque así no fuera, mis acompañantes quieren saber (o eso
creo yo), así que voy a ello.
Lo último que os conté fue cómo MustafaAbushagur era censurado y relegado del cargo como Presidente del Gobierno;
muchos queríamos que Mahmut Djibril, el claro vencedor de las elecciones,
ocupara su puesto, pero una ley libia que no acabo de entender lo impedía, al
prohibir que un diputado repita candidatura a la presidencia.
Yo me temía un nuevo e interminable proceso
electivo en el congreso, pero no: a los pocos días salió elegido Ali Zeidan, y
se le encomendó la tarea de formar gobierno, algo que hizo en un tiempo récord…
pero nada iba a ser tan fácil.
Remontémonos a finales de octubre, a la
Fiesta del Cordero. El Islam, como sabéis, se basa en cinco normas, siendo una
de estas la obligación de peregrinar a La Meca al menos una vez en la vida.
Esto se puede hacer en cualquier época del año, pero tiene doble valor si se
hace
a) en Ramadán (porque es muy
duro), o
b) en la Fiesta del Cordero (no
sé por qué).
El caso es que Ali Zeidan pretendía someter
su gobierno a votación parlamentaria tras el Eid Kabir, la Fiesta del Cordero,
pero… ¡la mitad de los congresistas electos estaban en Arabia Saudí! Yo, y
conmigo muchos libios, sentí bastante vergüenza ajena, ya que cada año cuenta
con su Fiesta del Cordero, y resultó bastante feo que la mitad de los hombres
que Libia designó como refundadores del país, eligieran un momento tan crítico
para irse de peregrinación.
Sea como fuere, el gobierno acabó
sometiéndose a votación, y esta vez fue aprobado; treinta y dos ministros como treinta
y dos soles, entre ellos una mujer (cómo no, Asuntos Sociales).
Qué bien, ¿no? Sin apenas impedimentos,
contábamos finalmente con un gobierno, y la reconstrucción libia podía
comenzar.
Al menos eso creíamos hasta que surgió la
figura de la Comisión de Integridad.
Para mí, la Comisión de Integridad es un
misterio; apareció de repente, sin avisar, y nadie sabe decirme quién la compone.
Básicamente se trata de un grupo de personas (¿quiénes?) dedicadas a investigar
si los cargos públicos están limpios, o si por el contrario cuentan con un
oscuro pasado: colaboración con el régimen gadafista, corrupción, pegar chicles
en el pupitre de la escuela, cosas así.
De los miembros del gobierno, cinco fueron
acusados de currículum irregular por dicha Comisión; en ningún momento se hizo
público de qué se les acusaba o por qué no se les daba el visto bueno, y dado
que tampoco sabemos quién acusa, de dónde saca los datos que (secretamente)
aduce, ni dónde tiene su sede, es complicado enterarse de algo, y completamente
imposible hablar de transparencia. Los acusados recurrieron, uno ha sido
“absuelto”, otros no, otros continúan intentando probar su inocencia
(¿inocencia de qué?).
Por lo demás, el Gobierno lleva cuatro meses
en activo. Sus principales preocupaciones son la vigilancia de las fronteras,
la seguridad dentro del país, y la producción de petróleo. No lo tiene fácil.
Y ahora quisiera hablar de algo que aquí
entra un poco con calzador, pero es que no tengo suficiente material
contrastado como para dedicarle una entrada propia: la lucha de poder,
simbolizada entre las figuras de Ali Zeidan y Mohamed Magarief.
Acabo de explicaros quién es Ali Zeidan, el
presidente del gobierno. Aquí tenéis un artículo en español del filósofo francés
Bernard-Henri Lévy, en el que describe sus impresiones sobre él. También sabéis
por esta crónica que Magarief es algo así como el presidente de la república, aunque
su cargo real es presidente del Congreso General Nacional (GNC en sus
siglas en inglés).
En principio, Zeidan gobierna y Magarief
realiza una función parecida a la del rey de España: apertura de mercados,
diplomacia y publicidad. Sin embargo, en el día a día libio no está claro quién
manda, y Magarief, un cargo no electo, habla mucho, manda mucho y dispone
mucho: anuncia políticas de un gobierno al que no pertenece, en sus viajes al
extranjero promete cosas que luego Zeidan se ve obligado a negar…
personalmente, Magarief me gustaba mucho, me parecía un político fuerte,
coherente y moderno (aboga por una secularización del estado libio), pero
últimamente lo veo más bien autoritario.
No puedo juzgar aún. El tiempo dirá quién es
quién, y cómo ha hecho las cosas.
Una puntualización al artículo de Lévy: lo primero, la descripción que hace de Ali Zidan es a todas luces partidista, es su amigo y le pone por las nubes, esto no se me escapa; por otro lado, llega a decir que el pueblo libio aupó a Zidan al poder, y esto es directamente mentira, ya que el pueblo votó por Mahmud Djibril, pero los tejemanejes dentro del congreso lo sacaron de la carrera por el poder, y en el río revuelto fue Zidan el que acabó sacando tajada.
ResponderEliminarPero bueno, me parecía conveniente poner otro punto de vista, ya que estaba tan a la mano. Bernard-Henri Lévy, nacido en la Argelia francesa, ha escrito un montón de artículos sobre Libia, y El País los publica regularmente, por si os interesa.