miércoles, 3 de julio de 2013

Las carga el diablo



El otro día pasé un buen rato escribiendo esta entrada sobre los disparos en Trípoli; sin embargo, como ni quiero pecar de excesivamente frívolo, ni me gustaría transmitir a los miles de niños que diariamente leen este blog la falsa idea de que disparar un kalashnikov mola mazo, voy a profundizar un poco en el tema. 

Eso sí, voy a ceñirme al costumbrismo; de grandes combates o atentados ya os llega lo suficiente por los medios convencionales, y además, por suerte, todavía no son el pan nuestro de cada día.

Todas las casas libias tienen un arma en casa. Todas. Así como no puede faltar la Biblia en los hoteles de las pelis de Hollywood, ni el cuadro con escenas de caza en los pisos de alquiler para estudiantes, un arma es elemento indispensable en el ajuar de la familia libia media.

Esto, paradójicamente, puede verse como un signo que invita al optimismo: imaginad que en Madrid, por decir un sitio, se cancelaran todas las leyes, se retirase a la policía, y se cediera una pistola a cada ciudadano; ¿qué creéis que pasaría?

Aquí, mal que bien, la vida sigue: las tiendas abren, la gente va al trabajo… creo que esto dice mucho a favor del pueblo libio, el hecho de que no hayan convertido el país en una gigantesca película de Sergio Leone.

Al margen de este punto de vista tan bondadoso por mi parte, el hecho de que todo quisqui esté armado no tiene nada de positivo. Sería de inocentes pensar que todo el mundo conserva su arma para, en caso de necesidad, defender a su familia, y la realidad es que hay mucho cafre suelto.

(Una curiosidad: la palabra cafre viene del árabe كفر , que significa pagano, profano o ateo).

Lo menos grave es oír los disparos desde casa: el otro día caminaba por mi calle, y un par de adolescentes se entretenían disparando al aire. A tó se hace uno, pero no es agradable que se maneje un arma a veinte metros de ti. Además, está el hecho en sí, el hecho de que dos adolescentes se entretengan pegando tiros; más valdría que estuvieran estudiando, jugando al fútbol, pidiéndole rollo a alguna zagala o fumándose un canuto. Vamos, digo yo.

Luego están las emociones exaltadas. Es tan inocente pensar que un hombre armado no va a usar nunca su pistola de manera arbitraria, como creer que las grandes potencias armamentísticas no usarán la bomba atómica por muy apuradas que se vean.

En la esfera de lo privado, los conflictos se recrudecen bastante al disponer de armas, y si no, un ejemplo verídico:

Dos chicos matan a otro (no sé por qué), cuyo padre, víctima de la impresión, padece un infarto. La familia del difunto (o sus amigos, no se sabe), buscan a los dos asesinos, pillan a uno, lo matan usando pistola y ametralladora… y su padre (el del segundo muerto), víctima también de la impresión, padece un derrame cerebral. La historia no acaba aquí, ya que hay que vengarse también del otro homicida (el que logró escapar), y como no lo encuentran por ningún lado, los vengadores se conforman con arrojar una granada en su vivienda familiar, donde por suerte no había nadie (la familia se lo veía venir).

Entretanto, por darle un toque más de tragedia absurda a la historia, la hermana del primer muerto se casa esa misma semana.

Ya sabemos, en fin, cómo acaba el ojo por ojo: con todos ciegos.

Tirando más a la esfera de lo público, que las armas menudeen tanto impide que uno pueda enfadarse o protestar con tranquilidad, porque nunca está claro el riesgo que se corre. Bien es cierto que el gobierno libio, a diferencia del turco o el español, no va a lanzar a las fuerzas del orden contra el pueblo, pero se puede dar una infinidad de escenarios alternativos, por ejemplo que sean los manifestantes, policías a su vez, los que ataquen a dichas fuerzas del orden, o que los agentes de seguridad del aeropuerto se pongan a protestar pistola en mano. O bien, claro está, que se den crímenes repugnantes como la matanza de Bengasi, que ya os enlacé al comienzo de la entrada, o que simplemente algún fiera te pegue un tiro por recriminarle que se salte un semáforo en rojo.


Ni de las pequeñas ni de las otras, a la entrada de un hotel.


Y luego, cómo no, están las bodas.

Lo de disparar como muestra de alegría es una costumbre que se me escapa. Puedo entender y aceptar que el eructo tras una comida excelente sea de buena educación, o que el blanco se considere color de luto, pero lo de liarse a tiros porque uno haya contraído matrimonio… es más, si yo fuera un libio virgen de treinta y un años, creo que el día de mi boda lo pasaría más bien pensando en consumar que en disparar.

En cualquier caso, los tiros al aire que tanto abundan en los casamientos libios no son inofensivos. Todo lo que sube baja, los coches están llenos de abolladuras provocadas por balas perdidas, y, como ya dije en su momento, más de un ciudadano ha muerto víctima de algún novio enfervorecido, mientras se fumaba tranquilamente un cigarrillo en su balcón.

¿Queréis más ejemplos? ¿Qué me decís de esto? Efectivamente, érase una vez una familia que, feliz ante el enlace nupcial de uno de sus miembros, descargaba sus pistolas apuntando al cielo… con tan mala fortuna que le dieron a un avión. Esta es, al menos, la versión oficial del incidente.

Conclusión: las carga el diablo. Niños y mayores, alejaos de las armas de fuego. Todos los conflictos pueden arreglarse hablando, y cuando no, pues os soltáis un bar de buenas hostiejas a mano abierta, y después tan amigos.



2 comentarios:

  1. Hola.
    Una pregunta tonta. Respecto a España, ¿qué hora tenéis en Libia? ¿Una más, una menos, igual...? Es que los horarios mundiales que hay por Internet no coinciden.
    Un saludo,
    M.F.

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    1. Hola M. F!

      Tenemos la misma hora. Antes no se cambiaba la hora por aquí, así que seis meses estábamos igual, y seis meses íbamos una por delante, pero este año se ha incorporado la novedad, y ahora vamos a la par.
      A cuidarse!

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