lunes, 7 de octubre de 2013

La Ley Seca



7 de septiembre de 2013

Efectivamente, no contentos con los cortes de electricidad, a primeros de septiembre la ciudad de Trípoli, expectante y gozosa, comenzó a disfrutar de un corte de agua por tiempo indefinido.

¿No quedaba agua en los acuíferos del sur? ¿Se averiaron las gigantescas bombas que hacen fluir el líquido elemento hasta la capital? ¿Se trataba quizá de una radical medida ecologista?

Nada de eso, queridos acompañantes; el cierre del grifo, al parecer, debemos atribuírselo a un secuestro. 


Poco os dirá el nombre de Abdullah Senussi, como poco me decía a mí antes de venir a Libia; este caballero trabajó codo a codo con Gadafi durante más de treinta años, principalmente como su Jefe de Inteligencia, o lo que es lo mismo, el patrón de los sicarios que te visitaban en cuanto se te ocurría criticar al régimen. Además, era el cuñadísimo del dictador.

Senussi se encuentra actualmente detenido, y está a la espera de juicio por bastantes cosas: asesinato, conspiración para asesinato y crímenes contra los Derechos Humanos durante la guerra civil. De hecho, el 19 de septiembre estuvo en la Corte de Justicia de Trípoli, se le citó el día 3 de octubre para ver si se le juzga o no, y dicha decisión se ha vuelto a aplazar para el 24 de octubre. Suspiro.

Bien, el caso es que Senussi tiene una hija, Anoud Senussi, que también estuvo detenida, aunque solo durante diez meses: al parecer, por entrar en Libia con pasaporte e identidad falsos.

El 2 de septiembre Anoud abandonó la prisión tras “cumplir su condena” (nunca se la declaró culpable de los cargos, así que realmente no ha habido tal condena) y, a los pocos minutos… fue secuestrada.

¿Por quién? ¿Por qué?

Ni idea, pero la historia ha sido rocambolesca a más no poder; os hago aquí un croquis de las informaciones que han ido llegando al respecto:

-         2 de septiembre: alguien secuestra a Anoud a las puertas de la prisión donde había estado detenida.
-         3 de septiembre: se teme que Anoud haya sido asesinada.
-         4 de septiembre por la mañana: se anuncia la liberación de Anoud.
-         4 de septiembre por la tarde: un congresista dice que Anoud no fue secuestrada, sino tomada por un grupo de fuerzas especiales del estado para asegurar su protección (¿?).
-         7 de septiembre: los ¿secuestradores? liberan a Anoud y enseñan una foto de la susodicha en Facebook, donde se la ve alegre y pizpireta.
-         7 de septiembre (sí, el mismo día): el ministro de justicia dice que no, que Anoud sigue secuestrada.
-         8 de septiembre: Anoud es recibida con mucha algarabía en su ciudad natal, Sebha.

¿Por qué, os preguntaréis, os torturo con toda esta información?

La familia Senussi pertenece a la tribu Megraha, radicada en el sur de Libia, en la zona de Sebha. Por mi parte, aún no comprendo muy bien el sistema tribal de Libia, me parece más bien un nacionalismo regional cualquiera, pero eso no viene al caso.

La historia es que dicha tribu Megraha se mostró muy molesta con el secuestro de “una de nuestras hijas”, y exigió al gobierno que la encontrara y liberara en un plazo máximo de tres días, bajo la amenaza de cortar la autopista del sur y/o el Río Artificial, un transvase brutal que lleva agua potable desde los acuíferos del desierto hasta el norte del país, por ejemplo hasta Trípoli.

Bueno, no esperaron tres días. Al día siguiente del secuestro, el río artificial había sido saboteado, y en Trípoli empezó la diversión.

Esto que voy a decir es un tópico, pero no por ello menos cierto: en países afortunados como España, no tenemos ni la menor idea del lujo que significa contar con agua corriente, con el gesto cotidiano de abrir un grifo y que de él salga agua. Cuando esta deja de salir, uno se hace algo más consciente de ello.

Todo empieza con un ruido de cañerías: abres el grifo y, junto con el agua, sale un extraño gemido, como el crujir de un autobús en un acantilado (no sé cómo suena eso en realidad, me remito al cine de Hollywood). El chorro de agua va adelgazando, y de repente se detiene; no hay agua.

Incrédulo, porque aunque sabías que iba a ocurrir, en el fondo no te lo creías, abres la llave de la ducha, y el proceso es similar: el agua que estaba en las cañerías sale dócilmente, y luego, la nada. Es una sensación muy extraña, se parece a la soledad.

¿Cómo es el día a día sin agua?

Para empezar, tienes que buscarte la vida. El agua pasa de ser un líquido que sale al abrir un grifo, a una operación logística que, dependiendo del número de habitantes de la casa, puede ser a gran escala.

La primera idea es comprar más agua embotellada de lo normal, ya que ahora no hace falta simplemente para beber, sino para lavar los platos, la ropa, y para ducharse.

Obviamente, otros dos millones de personas han tenido la misma idea que tú, de modo que las tiendas se quedan rápidamente sin agua embotellada. Este producto tan normalucho comienza a compartir la mística de las setas, con la gente comentando por dónde hay muchas en ese momento, o callándose los mejores rincones para encontrarlas.


En toda guerra hay bajas...

 
... y funerales de estado, así las llevamos al contenedor.

Buscas otros suministros, y te acuerdas de que ciertas partes de Trípoli cuentan con pozos; así, te acercas a la fuente del barrio con un par de garrafas vacías, y te alegras al descubrir que tiene agua (es muy frustrante comprobar que una fuente ornamental tiene agua, mientras que tus grifos no dan ni los buenos días). O recuerdas que fulanito o menganito tienen pozo en su edificio, y te acercas a pedirles un poco.

Esa fue la parte bonita de todo el asunto. Quien más, quien menos, todos nos recorrimos bastantes calles buscando o acarreando agua (no quiero imaginar lo que debe ser andar cinco kilómetros diarios para llenar una garrafa), y al cruzarnos nos sonreíamos o incluso nos parábamos a charlar mientas nos dábamos un respiro. Además, los vecinos con pozo avisaban a todo el mundo de que podían avituallarse en su casa, conocidos y desconocidos. Trípoli, en una situación bastante complicada, se mantuvo serena y mostró su mejor cara.

Una fuente de suministro de agua que me dejó a cuadros: los aparatos de aire acondicionado. Resulta que sueltan agua al funcionar, así que la gente los ponía a todo trapo, y recogían el agua que soltaban. Menos mal que, mágicamente, la carestía de agua terminó con la carestía de electricidad.

Una vez que te has hecho con agua, tienes que usarla. Lavar los platos no tiene mucho misterio (palangana y fuera), pero la ducha es otro cantar. No puedes ducharte a baldes de agua, ya que el líquido elemento escasea (en mi barrio no hay pozos en activo), así que aprendes a lavarte con lo mínimo (salvo Rudolf, que si aportaba dos garrafas, se duchaba con tres, el perro de él). Yo acabé depurando mucho mi técnica, y al final logré ducharme con dos litros de agua (y quedar limpio).


Ducha de hidromasaje tripolitana.

Durante diez días, la falta de agua corriente fue el único tema de conversación. Mi alumno Alaidín, que es un cachondo, llamaba a sus amigos por teléfono y abría el grifo para que lo oyeran (tiene pozo en casa). En cuanto a mí, la gente se tronchaba al verme con las garrafas, el poderoso europeo acarreando agua como el común de los mortales.

Al final, el Río Artificial fue reparado, y el agua regresó a Trípoli. ¿Qué será lo próximo, el aire? ¡Porque el alcohol y el sexo ya nos los quitaron hace mucho!


1 comentario:

  1. ¡Diez días sin agua corriente! ¡En Libia!
    Creo que ya puedes considerarte un superviviente. Y ducharse con dos litros de agua tiene su mérito. A mi me ha recordado el viejo truco (no sé si lo conoces) de limpiarse con un papel de fumar después de haber hecho las necesidades.

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