Uno de mis primeros recuerdos de Trípoli son
los disparos. Tras el primer paseo por la ciudad, y una sabrosa cena a base de
pescado, estaba yo leyendo en la cama cuando los oí: tiros de ametralladora (o
eso creo, en esa época no era tan experto como ahora).
Aquella noche los disparos, sumados al hecho de que en
torno a las cinco de la mañana un señor me gritaba al oído que Alá es más
grande, me hicieron plantearme la siguiente pregunta:
¿Qué se me habrá perdido a mí aquí?
La llamada a la oración no ha vuelto a
despertarme nunca más, pero los disparos los he oído a diario durante casi un
año, habiéndose reducido mucho en los últimos meses. Ahora bien, ¿a qué tanto disparar? Y lo que es más, ¿dónde acaban tantas balas?