martes, 29 de octubre de 2013

Asistente de ífico



Sí, lo sé, en una entrada anterior llamé a los autobuses urbanos bulminas y no íficos, pero es que con el paso del tiempo he constatado que, de los dos términos, el segundo es el más utilizado.

Ífico es la manera libia de pronunciar la palabra Iveco, una marca italiana dedicada a la producción de furgonetas, camiones y hasta tanques. Todos los autobuses urbanos de Trípoli son productos de esa empresa, y a juzgar por el estado en que se encuentran, fueron fabricados hace muchos años.

Sin embargo, no es mi intención escribir sobre consideraciones etimológicas, sino contaros un par de anécdotas, así como mi propia experiencia como asistente de ífico.

Imaginad que estáis esperando el autobús en, digamos, la Puerta de Alcalá. Cuando lo veáis acercarse, probablemente lo primero que haréis será fijaros en el número, para saber si es vuestro autobús o no; en Trípoli, los números se convierten en gestos:

Dar vueltas con la mano formando un círculo en plano horizontal: a la rotonda de Fournaj.

Señalar hacia la derecha con toda la mano (no se hace con un solo dedo, no sé por qué): al hospital de Shara Zawiya.

El símbolo de la victoria con los dedos índice y corazón: a Tajoura pasando por el puente número 7 (el 7, en números árabe-indios, es como una v).


Ífico milanista y poco dado a amar.

Dentro del ífico, ¿quién se ocupa de hacer los gestos para orientar a los potenciales viajeros? Si va solo, lo hará el mismo conductor, pero normalmente le acompaña un asistente (o un amigo suyo), que tiene diversas obligaciones:

1. Decir a la gente hacia dónde va el autobús.

2. cobrar el trayecto (50 dirhams-80 céntimos para diez kilómetros, 1 dinar-1’60 euros para una mayor distancia).

3. abrir y cerrar la puerta.

4. subir el volumen de la música (siempre subirlo, la música sólo se baja cuando Venus y Urano se alinean con el Sol y el Hispasat).

A veces, sin embargo, ningún colega del conductor ha tenido a bien acompañarle, y entonces la responsabilidad de indicar al personal la asume quien se haya sentado en el primer asiento de la derecha.

El otro día, el afortunado fui yo.

Varias veces he estado tentado de ocupar el cargo de asistente, pero siempre me he echado atrás en el último momento. El otro día, sin embargo, no quedaban más asientos libres, así que me arremangué y me di a la tarea.

Metido a tope en el papel, y con medio cuerpo fuera de la furgoneta, le estuve cantando a los transeúntes nuestro itinerario (¡Fournaj! ¡Jaamia! ¡Tajoura!), y su cara era un poema, al ver a un tipo con pinta de todo menos de libio soltarles voces al más puro estilo tripolitano. Supongo que ver a un japonés gritando en el mercado de tu pueblo cosas como "¡fresquito el pescaíto! ¡a dos euros el kilo señora! ¡que me lo quitan de las manos!", debe ser una sensación parecida.

Ífico más tierno con niñas saludando a cámara o rezando, qué más dará.

En otra ocasión era yo un anónimo pasajero del ífico, cuando el conductor llamó mi atención y me dijo algo que no llegué a comprender; al tercer intento, entendí que me pedía abrir la ventana, así que lo hice, para descubrir que un señor con bigote, conductor a su vez de ífico, me alargaba desde su furgoneta una bolsa con un par de bocadillos dentro, el almuerzo de nuestro conductor. 

Recogí el paquete, y ambos caballeros estuvieron hablando de sus cosas a voces durante un rato, mientras a nuestro alrededor el tráfico más infernal del Mediterráneo seguía su curso, y los coches les pitaban para que aceleraran la marcha, ya que 80 por hora en ciudad es paso de tortuga.


Ífico madridista, a la izquierda CR7 degustando miel.

 Cuando hace calor, y pese a la proverbial higiene personal de los libios (raro es el que tarda menos de veinte minutos en ducharse), es inevitable que los autobuses urbanos huelan entre mal y peor; para contrarrestar esta desagradable situación, nunca falta algún voluntario que, frasco de colonia en mano, nos va rociando con gracioso gesto. 

¿Qué hace un tipo normal con un frasco de colonia en el bolsillo? Los libios, como quizás otros muchos árabes, adoran el perfume, y si no llevan uno encima, lo llevan en el coche. El caso es que, tras la intervención del espontáneo, una entrañable mezcla de sudor, polvo y pachulí impregna el ambiente, y los viajeros sonreímos refrescados y satisfechos.


A este conductor le preocupa mucho el ambiente.



También a este, que además es interiorista y tiene el techo del bus monísimo

Algo que ocurre a veces es que el conductor detiene el autobús porque se le pone en los santos bigotes. El otro día nuestro ífico se detuvo en mitad de ninguna parte, y acto seguido un coche aparcó justo delante de nosotros; yo imaginé que pasábamos un control policial/miliciano, sobre todo al ver la celeridad con la que el conductor se bajó del vehículo, pero entonces... dos hombres se bajaron del coche, y empezaron a besar y abrazar al conductor del autobús: ¡eran familia! Y así siguieron durante diez minutos, mientras el pasaje sudaba y esperaba con más paciencia que el santo Job.

Porque eso es lo que hace falta para montar en ífico: paciencia. Paciencia con los retrasos, los cambios inesperados de ruta, el calor, los baches, el veneno que sale del tubo de escape... por otro lado, lo más emocionante que te puede ocurrir en un autobús urbano español es que un jubilado te regañe por sentarte en el asiento reservado, así que las gallinas que entran...





5 comentarios:

  1. Tenías que haber hecho un vídeo...jajaja, buenísimo!
    Demasiado tiempo sin escribir!!

    La parda ífica

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  2. ¡Genial! Justo el otro día un colega se sentó en el asiento del "condakta" (los kenianos pronuncian así "conductor", el cobrador/anuncia-paradas/puerta), y estuvo haciendo el gamba con eso mismo en un matatu keniano. Y sí, la paciencia derrochada no se paga ni con jamón ibérico cuando llevas 8 meses sin pisar España.

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  3. La mayoría de las veces que leo tus entradas hago el gesto de "no" con la cabeza mientras sigo la historia. Una vez mas me encuentro haciendo lo mismo, y eso que soy Argentina, y aquí la gente viaja horrible en el autobús, hay accidentes de trenes muy duros, pero la "organización" libia me supera. Debe ser por eso que muevo tanto el cuello.

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    1. La verdad es que los libios le dan mucha vidilla a todo, con esa forma absurda que tienen de organizarse (y, lo más sorprendente, conseguir de que las cosas más o menos funcionen). Por otro lado, lo que dices, tu cabeceo, nos pasa a todos, a mí el primero. Más de una vez me veo censurando algo de aquí, o sorprendido, para acto seguido imaginarme la situación en España y ver que estaría pasando exactamente lo mismo, ¡están locos estos humanos!

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