Hay un acontecimiento sobre el que me ha costado mucho ponerme a escribir: el segundo aniversario de la Revolución del 17 de Frebrero (الثورة 17 فبراير , at-taura sabatash febráir). No quise hacerlo en su momento, para empezar, porque vivirlo en primera persona ya fue lo bastante intenso y exigente como para, encima, ponerme a escribir sobre él. Aparte de eso, las impresiones generales no invitaban totalmente a la tranquilidad, así que preferí no mandar bad vibes a España.
1.
Independentistas, radicados básicamente en Benghazi, al este del país. Piden la
segregación de su región (la Cirenaica), o al menos la evolución de Libia
hacia una república federal como punto de partida. Es difícil que el resto de Libia les permita
independizarse alegremente, no ya por el sentimiento patriótico, sino porque la
mayoría de combustibles fósiles del país se concentran ahí, en la Cirenaica.
2.
Federalistas, también en Benghazi. Se declaran patriotas libios y por tanto no
piden la independencia, sino el sistema federal, la descentralización; que no
todas las instituciones estén en Trípoli, que la capital comparta el mango de
la sartén política.
3.
Extremistas religiosos. Sus reivindicaciones son claras: sharía, sharía y más
sharía (es simplificar un poco el asunto, pero básicamente es eso lo que piden). Obviamente, detrás de ese loable objetivo se esconde el simple ansia de poder, pero ese es un jardín en el que prefiero no meterme.
4.
El grupo mixto, que bautizo así porque no me veo capaz de pormenorizarlo. Gente sencillamente disconforme
con la línea que lleva el país, asociaciones, particulares, de todo un poco y
cada cual con sus motivos.
¿A qué viene esta simplista y poco rigurosa
relación de gente descontenta? Voy a ello.
Un par de semanas antes del 17 de febrero,
el partido Bloque Federalista de la Cirenaica llamó a la sociedad civil
a seguirles en lo que llamaron Segunda Revolución, una protesta masiva convocada
para el 15 de febrero. Se animaba al pueblo a tomar las riendas de la
revolución libia y reconducirla por el buen camino.
La elección de la fecha no era casual: si
bien la revolución libia contra el régimen de Gadafi comenzó a nivel nacional
el 17 de febrero de 2011, ya el 15 había estallado a nivel local en la región de Benghazi. La
protesta, al parecer, había nacido para denunciar la elevada tasa de paro juvenil, pero la mecha que prendió la bomba posterior fue la detención del abogado y activista de los Derechos
Humanos Fathi Terbil, famoso por representar a las familias de los asesinados en la prisión de Abu Selim en 1996.
Volviendo a lo del buen camino al que la Segunda Revolución habría de llevarnos, ¿de qué
camino se trataba? Imposible decirlo, entre otras cosas porque grupos de todos
los colores se subieron al carro: religiosos, jóvenes, mujeres, artistas,
médicos… mientras que otros religiosos, jóvenes, mujeres, artistas y médicos se
declaraban contrarios a la idea, y apoyaban incondicionalmente (¿?) al
Gobierno, el cual, por su parte, más que tomar partido se dedicó a negar que dicha Segunda Revolución fuera a tener lugar.
Nunca llegó a quedar claro si el llamamiento
era totalmente pacífico, o si insinuaba el uso de la violencia; se hacían
comentarios, interminables rumores circulaban por internet, pero nadie tenía
claro lo que iba a pasar, y el 15 de febrero se convirtió en un monstruo
informe de inciertas dimensiones, similar a una nave extraterrestre que abre
sus puertas sin que nadie sepa lo que va a salir de ella.
Las semanas que siguieron al llamamiento
fueron el período de mayor agitación social que he vivido aquí. Llegué a oír hablar de guerra civil (los medios internacionales la auguran día sí, día también, pero hablar de eso en las calles de Trípoli fue toda una novedad), y la gente empezó a comportarse
como pollos sin cabeza:
Durante dos días fue imposible echar gasolina,
porque cundió el rumor de que iba a escasear, y todo quisqui se dio a repostar
como si no hubiera un mañana. Una tarde vi cómo dos hombres casi llegaban a las manos, peleándose por colocarse quién se pondría el primero en la cola del surtidor... justo entonces llegó el camión cisterna; no había gasolina por la que pelear.
Una semana después de lo de la gasolina, alguien dijo en
facebook que se cortaban los suministros alimentarios, así que las tiendas y
mercados se vaciaron de golpe, todo el mundo comprando víveres ante la
inminente hambruna (¿os acordáis de la crisis del papel higiénico en verano de 2008?). Yo
le decía a mis alumnos que me había comprado 20 kilos de tabuna para pasar el mes, y se
tronchaban.
Vivimos también una fase en la que se aseguraba con toda certeza que los islamistas estaban a punto de tomar el poder. Nadie
sabía cómo ni por qué, pero por si acaso mucha gente decidió no saltarse ni un
rezo, y las mezquitas de mi barrio estaban hasta arriba.
Lo cierto es que la incertidumbre se palpaba,
había menos gente por la calle, más corrillos con caras serias; no pasaba nada,
pero se intuía que algo iba a pasar. Yo temía a la profecía autocumplida, según
la cual, a base de repetir que algo va a ocurrir, puedes lograr que ocurra (me
voy a poner malo, me voy a poner malo… te pones malo). Ya os digo que uno de los
motivos por los que no he escrito antes sobre esos días es que no quería
asustar a mis augustos padre y madre.
Por otro lado, si los libios estaban paranoicos perdidos, los forasteros tampoco se quedaban atrás.
Un día, varias embajadas anunciaron que
cerraban sus sedes en Benghazi, e instaban a sus ciudadanos a abandonar la
ciudad y, a poder ser, el país. Anunciaban una hecatombe, no he llegado a tener
claro cuál, y aseguraban estar en posesión de fiables informaciones.
No recuerdo bien qué embajadas fueron, sé que la de Alemania y la de Inglaterra
estaban entre las punteras.
Yo comprendo, respeto y apoyo que las
embajadas sean prudentes; sin embargo, es cierto que muchas de ellas reaccionan
de manera desmesurada al mínimo conflicto, o reaccionan a toro pasado. En este
caso, las embajadas temían no sabemos qué, y decidieron quitarse de en medio,
con lo cual, en realidad, estaban ayudando a los hipotéticos alborotadores,
tanto al contribuir al ambiente general de inquietud, como al limpiar de
incómodos mirones occidentales el panorama. Para mí, fue una decisión precipitada y
errónea.
Por cierto, la embajada española pidió
extremar la prudencia, pero no se puso a dar gritos de alarma, lo cual me
pareció muy bien.
El caso es que llegamos al 14 de febrero, el
momento de máxima expectación, de mayor tensión, de más intriga, el qué pasará
mañana… y la primera noticia del día fue que el Bloque Federalista de la
Cirenaica, los mismos que habían llamado a la protesta, pedían a sus
simpatizantes en particular, y a los ciudadanos de buena voluntad en general, que no salieran a la calle, que ellos eran los primeros que se
echaban atrás, que paséis de movidas, troncos.
nocommentnocommentnocommentnocommentnocommentnocommentnocommentnocommentnocommentnocomment.
Tardé un par de minutos en reaccionar, en mi frente la enorme gota de sudor clásica del manga.
¿Tanto pitote para esto? ¿Dos semanas preparando el revolucionarios, os
recibimos con alegría, y luego nanay?
Bromas aparte, fue un alivio, porque aunque
dudo que hubiera pasado algo serio, esta retirada contribuía a evitar que sí pasara.
Y efectivamente, el 15 de febrero, que cayó en
viernes, transcurrió con total normalidad; alguna manifestación, bastante gente en casa por si acaso, pero en
general alegría y buen ambiente.
Y ese es el recuerdo que tengo del aniversario de la revolución: alegría.
Y ese es el recuerdo que tengo del aniversario de la revolución: alegría.
En breve el segundo chapter.
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