Libia ha sido durante los cuarenta y dos
años de Gadafi un Estado de inspiración socialista, basado en lo que se llamó Socialismo de la Tercer Vía. El ideario de tan ínclita corriente política se detalla en el Libro
Verde, algo así como la Biblia del régimen.
No pienso ponerme a explicar en qué
consistía exactamente dicha filosofía, sino comentar una parte de ella que
sigue vigente: La subvención estatal.
¿Qué productos se subvencionan? ¿A qué
nivel?
Lo más llamativo es, sin duda, la gasolina.
El litro cuesta unos céntimos, y llenar el depósito se queda entre los tres y
los ocho euros, dependiendo del coche en cuestión.
El pan es otro producto a precios de risa.
Es normal ver gente con bolsas llenas de barras de pan, dado que cuatro o cinco
de ellas cuestan unos doce céntimos de euro.
La luz y el agua también están
subvencionadas; no sé exactamente lo que cuestan, ya que desde la revolución han
sido directamente gratis, y ahora que los recibos han vuelto, me temo que mis
caseros (el anterior y el actual) se dedican a timarme alegremente. O eso, o yo
pago más por ser extranjero y, como tal, indigno de subvenciones.
Este sistema, sin embargo, tiene los días
contados. Libia, como todo país razonable y democrático, se dirige con decisión
al entrañable mundo capitalista, en el que semejantes injerencias estatales son
sencillamente inaceptables. Por otro lado, la inversión que supone semejante
política de ayudas es ingente, y no acaba de dar los resultados deseados.
La gasolina, por ejemplo. El hecho de que
sea tan barata lleva, principalmente, a que los libios cojan el coche para
todo, negándose a caminar más de tres minutos seguidos. Uno de los hobbys
favoritos en Trípoli es subirse al coche y dar vueltas por la ciudad, sin sentido ni rumbo definido; esto resultaría más bien extraño en la Europa actual, no ya solo
porque nos parecería un rollo hacerlo, sino porque sería como tirar el dinero por la
ventana. Aquí, sin embargo, la inversión es mínima, así que el coche se utiliza
hasta para ir al baño, y como resultado las calles de Trípoli son un atasco
eterno, inmutable y todopoderoso.
Si a esto le añadimos que en toda Libia solo hay una refinería, y que por ende la mayor parte de la gasolina que se consume es importada (todo un dato, siendo este país uno de los grandes exportadores de petróleo), podemos concluir que los beneficios del oro negro se quedan en un castizo (y optimista) lo comido por lo servido.
Si a esto le añadimos que en toda Libia solo hay una refinería, y que por ende la mayor parte de la gasolina que se consume es importada (todo un dato, siendo este país uno de los grandes exportadores de petróleo), podemos concluir que los beneficios del oro negro se quedan en un castizo (y optimista) lo comido por lo servido.
El pan. Los libios comen toneladas de
pan, aún más que los españoles, así que les viene muy bien que este sea tan
barato. Sin embargo, al ser prácticamente gratis, se impone el más vale que
sobre, y, naturalmente, sobra muchísimo. Yo, que como ya sabéis soy tonto,
congelo el pan que no me voy a comer en el día, pero semejante iniciativa, propia de
pobretones, no se le ocurre a ningún libio (congelar el pan, menuda idea).
A cambio, en Trípoli tenemos un floreciente
mercado negro de pan: por toda la ciudad se ven bolsas llenan de pan duro,
principalmente cuscurros. Esa es la versión higiénica del asunto, ya que a
menudo la gente abandona el pan sin bolsa ni nada, en simpáticos montones que
jalonan nuestras calles.
Los comerciantes de tan precioso producto
recogen lo que la gente va dejando, y luego lo revenden. Antes, yo me preguntaba quién llegaba a ser tan pobre como para no poder permitirse algo que es prácticamente gratuito; Hamza me explicó hace poco, sin embargo, que el pan de la reventa no es para consumo humano, sino ovejuno.
Panadería callejera, pan fresco del mes pasado |
El agua: soy el primero
que considera el agua como un bien fundamental y un derecho inalienable de todos los animales incluyendo al ser humano, pero también creo que, al menos en la ciudad, el agua no debe ser
gratis (excepción hecha de aquellos que no tengan con qué pagarla).
En Trípoli, al igual que en muchas partes de España, el agua se malgasta alegremente. No necesito ni daros ejemplos, ya
que todos presenciáis diariamente un proceso idéntico en bares, colegios y casas. Aquí se hace lo mismo,
pero claro, vivimos prácticamente en el desierto, y uno pensaría que la población
trata el agua con cuidado y respeto, dado que no es un bien excesivamente
abundante. Error.
Con la luz pasa algo parecido: la
iluminación en las calles funciona (cuando funciona) día y noche, y en las casas ocurre algo
parecido, ya que los libios dejan las persianas permanentemente bajadas, tanto
en verano como en invierno. Para mí, que tengo como uno de mis primeros
recuerdos a mi madre gritando ¡¿qué hacen toas las luces luciendo?!,
esta situación es altamente traumática.
Aparte están los electrodomésticos, especialmente los aparatos de aire acondicionado, que
se pasan encendidos los seis meses de calor.
En conjunto, el resultado de tamaño despilfarro son repentinos cortes de luz, que se dan en
toda la ciudad de manera indiscriminada. Hace dos semanas, sin ir más lejos,
estuve dando clase prácticamente a oscuras en la universidad.
El Gobierno planea llevar a efecto una
iniciativa de lo más simpático: emitir constantemente un gráfico del consumo
energético de la ciudad. Se vería en una esquinita del televisor, dentro de la
emisión de cada canal libio. Así, cuando un ciudadano vea que el gráfico se
pone rojo, puede optar por desconectar el aire acondicionado, el ordenador o lo
que sea, relajando así la red y evitando el apagón.
Lo que nos espera a largo plazo es, sin
embargo, una simple subida de los precios. El fin de la subvención a la
gasolina está planteado para 2016, mientras que el pan, la luz, el agua y el
resto de productos con ayudas aún no han entrado en debate abierto.
Está por ver cómo lo hacen; si esperarán a
que el tejido económico mejore, a que haya menos parados y un poco más de
pequeña y mediana empresa, o si empezarán la casa por el tejado, como es
habitual en asuntos impositivos. Ya lo estoy viendo: el pueblo libio comprende que en estos tiempos difíciles tenemos que trabajar todos juntos, arrimar el hombro, apretarnos el cinturón, aceptar que hemos subvencionado por encima de nuestras posibilidades.
Veremos.
Veremos.
¡Ay Dios! ¡Cómo me suena esto último...!
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