La verdad es que tengo bastantes cosas que contar, pero entre el caloruzo que hace, los cortes de luz y ahora también los cortes de agua, no acabo de ponerme. Pero bueno, aquí os narro el tortuoso camino que me condujo a las vacaciones de verano.
Después de mucho tiempo viviendo crónicas libianas, al principio del Ramadán se me presentaban unas vacaciones razonables: cuatro semanacas. Hice la maleta, me despedí de Hamza, Mohamed Al-Taxi, Maria Valquiria y compañía, y un viernes me dirigía feliz y contento al aeropuerto.
Después de mucho tiempo viviendo crónicas libianas, al principio del Ramadán se me presentaban unas vacaciones razonables: cuatro semanacas. Hice la maleta, me despedí de Hamza, Mohamed Al-Taxi, Maria Valquiria y compañía, y un viernes me dirigía feliz y contento al aeropuerto.
No iba solo. Me
llevaban allí dos nuevos amigos que tengo, Ghaleb y Muataz.
Ghaleb es un
dentista que odia cuando la gente tira la basura por el suelo, y que además usa los
intermitentes mientras conduce. Vamos, que sabes que es libio porque lo pone en su pasaporte.
Muataz, por su
parte, es uno de los nativos más particulares que he conocido: creyente a
ultranza, cada dos palabras suelta siete proverbios mahometanos (hadith),
pero la parte práctica de su filosofía religiosa la basa en Paulo Coelho y en
el libro The Secret, resumible en la máxima mahometana (cómo no) tafa’alu
bi-l-khairi tajidu, o lo que es lo mismo, piensa que lo que deseas se cumplirá, y se cumplirá.
El caso es que allá
íbamos los tres en amor y compañía, conversando y escuchando la radio en el
coche de Ghaleb. La temperatura era agradable, nos sobraba tiempo, yo me
regocijaba pensando en la cañita que pensaba tomarme nada más entrar en
Europa...
Ya en el
aeropuerto, nos dirigimos hacia el mostrador para facturar mi maleta... o esa
era nuestra intención, ya que en ningún mostrador ponía Roma, ciudad en
la que tenía que hacer escala; unos jóvenes operarios nos sacaron de dudas.
-
Perdonad,
¿dónde se factura el equipaje para Roma?
-
¿Roma?
No hay ningún vuelo para Roma.
-
Pero
yo tengo aquí un billete: Trípoli-Roma, a las dos de la tarde.
-
¡Pero
ese vuelo lleva una semana cancelado! Durante el Ramadán sólo sale el vuelo a Roma de
la mañana, el de la tarde no.
No puedo explicar
con palabras el bajón que me dio. Quizás este vídeo exprese mis sentimientos
con más exactitud:
Mis amiguetes me
cogieron por banda sin mucha ceremonia, y me llevaron a casa de Azuz. Azuz es
un amigo suyo de toda la vida y, casualmente, el dueño de la agencia de viajes
donde había yo comprado mi billete.
-
No
te preocupes, Lorenzo – me
decía Ghaleb -. Azuz lo arreglará todo en un momento.
Una vez allí, se
hizo claro que Azuz no tenía ninguna prisa por arreglar nada. Durante un rato
discutimos el tema, es cierto, pero la mayor parte del tiempo nos dedicamos a
decirle rorrorró y a-jo a su hijo de tres meses.
Yo no le hice
muchas monerías al niño, y es que, como podéis imaginar, mi estado anímico era de todo
menos jovial. Andaba muy necesitado de vacaciones (Libia, sal de su cuerpo),
y tenía muchas ganas de ver a la familia y los amigos. Cierto que no era tanta catástrofe perder un día, y en el fondo sabía
que, de un modo u otro, al día siguiente estaría en España, pero semejante
coitus interruptus me había dejado de un humor de perros. Y encima, por
deferencia a mis amigos libios en pleno ayuno, ni un iracundo cigarrillo podía
fumarme.
-
Bueno,
Lorenzo – de nuevo
Ghaleb -. Mañana coges el avión, no te preocupes. Y hoy cenas conmigo y con
mi familia.
Al poco rato nos
dirigíamos a las afueras de Trípoli, donde Azuz tiene una granja. Por el camino
comencé a mentalizarme: bueno, sí, es una putada, pero el mal humor no va a
solucionar nada. Trata de pasar un buen rato con los colegas.
En la granja nos
recibieron el guardés (siempre he querido usar esa palabra) y cinco pastores
alemanes. Dimos una vuelta por el lugar, y nos
dedicamos a coger higos (¿?). Uno de los amigos, Naser, me decía come higos,
tonto, que tú no tienes por qué ayunar, pero yo, como buen proto-musulmán,
resistí la tentación.
Esperaba encontrarme con la familia, pero me encontré con esto. |
Al cabo de un rato
comencé a sentir cómo el berrinche se me pasaba. Volvieron los chistes, los
piques (los libios adoran insultarse en broma), y hasta pasé un buen rato
jugando con los dichosos perros. Sin embargo, mi alegría no fue completa hasta que
Ghaleb no anunció que nos íbamos a cenar: ¡eran las siete y, a lo tonto, desde
el desayuno no había probado bocado!
Al irnos, Ghaleb
habló un rato con el guardés. Nos despedimos, y luego pregunté:
-
Este
hombre no es libio, ¿verdad?
-
No,
es egipcio.
-
¿Y
vive en la granja?
-
Sí.
-
Vaya…
-
Lleva
16 años trabajando y viviendo en la granja.
-
¿Y
eso es todo lo que hace? ¿No quiere, yo qué sé, casarse o algo?
-
¡Está
casado y con hijos! Su familia vive en Egipto.
-
¿Ah,
sí? ¿Y cuándo los ve?
-
Eh…
hará cinco o seis años desde la última vez que fue para allá.
Sentí una inmensa vergüenza,
el disgusto que me había llevado por perder un día de mis vacaciones.
La cena fue en casa
de los suegros de Ghaleb. Es el de Ghaleb un caso muy atípico ya que, siendo él
árabe, está casado con una bereber, algo nada común en Libia. Rápidamente
conocí a su suegro, un hombre muy simpático procedente de Djefrén, algo así
como la capital bereber en el interior del país (la de la costa es Zuwara).
Lo paso fatal durante los preparativos de la cena ramadanesca, más conocida como desayuno por
razones obvias. Los libios, que están más acostumbrados que yo a pasarse
catorce horas sin comer, lo preparan todo bastante antes de que se oiga la
llamada a la oración de la tarde (mughrub), y se pueda finalmente comer. Así,
durante quince o veinte minutos me vi rodeado de leche, zumo, refrescos,
dulces, dátiles, sopa, ensalada, cuscús, patatas rellenas y algo más que no
recuerdo, mientras que, en lugar de comer cual gorrinos famélicos, hablábamos
del tiempo y jugábamos con Ghufran, la encantadora hija de dos años de Ghaleb. Me sentía como un perro al que le han colocado un terrón de azúcar sobre la nariz.
De primero, cuscús con cordero. |
Llegó la hora,
comimos, salimos al patio a fumar... y se fue la luz. No es algo insólito, y en breve os daré más explicaciones sobre los cortes de electricidad.
El caso es que que hicimos
la digestión a oscuras, entre plática y juegos con la hija de Ghaleb. También a
oscuras conocí a su esposa. Como sabéis, cuando un libio invita a un hombre a
su casa, este no verá ni una sola hembra mayor de tres años; pues bien, no sé
si será porque Ghaleb es un tipo muy abierto, o si decidió que enseñar a su
mujer a oscuras era prácticamente como no enseñarla, el caso es que pude
conocerla. No sé qué cara tiene, pero es muy simpática.
En torno a las once
me dejaron en mi casa, y aún tuve tiempo de vivir algo más. Llevaría diez
minutos en el piso, cuando llamaron a la puerta; eran las vecinas de enfrente,
que querían regalarme un tazón lleno de bsisa, mi dulce favorito en el
mundo entero (más o menos). Se lo agradecí mucho, y se pusieron muy contentas.
Sabe mucho mejor de lo que sugiere la foto. |
Y así terminó de
hacerse bueno el refrán que, muy al caso, Ghaleb y Muataz me habían enseñado: kul
tajira fiha jira, todo retraso encierra algo bueno.
Una gran mujer de
mi pueblo lo vio de otra manera; esa misma noche le explicaba por qué no
llegaría hasta el día siguiente, pero que esto no era tan grave, ya que así
había pasado un buen rato con los amigos y me había llevado la alegría del
regalo de mis vecinas, cosas que, de haber tomado el avión, no habría podido
vivir. Su respuesta fue castizamente categórica:
-
¡Que
se metan el postre por el culo! ¡Tú tenías que estar aquí ya!
No, si lo que no te pasa a ti... Vaya faena, pero me ha gustado ese dicho "todo retraso encierra algo bueno".
ResponderEliminarPor aquí somos más del "¡Que se metan el postre por el culo! ¡Tú tenías que estar aquí ya!". ¡Qué le vamos a hacer!
Un saludo desde Mallorca
Si lo que no te pase a ti... Me mola tu paisana!
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