Ya que estoy, acabo de contaros mi accidentado periplo.
Al día siguiente de mi frustrado viaje a
Roma, Ghaleb vino a recogerme para llevarme (eguein) al aeropuerto. Traía
consigo un papel que le había hecho Azuz, el amigo que trabaja en una agencia
de viajes. Con ese papel, según ambos libios, todas las puertas de Alitalia se
abrirían para mí.
El día anterior, Azuz me había pedido mi billete, es decir, el
comprobante del vuelo que uno imprime en casa antes de viajar, y con el que luego
te dan la tarjeta de embarque.
Pues bien, le di dicho papel para que
cambiara lo que fuera necesario, y al día siguiente Ghaleb fue a recoger el
resultado: ¡eran las mismas hojas de papel, pero con las fechas del día
anterior subrayadas en amarillo fosforito!
No acababa de verle la lógica al asunto,
pero en fin, es algo que me ocurre a menudo. Armados con dicha documentación
nos dirigimos al aeropuerto, donde, efectivamente, me dieron pasaje para el
avión, e incluso me facturaron las maletas hasta Madrid, evitándome el rollo de
tener que hacerlo nuevamente en Roma. Después, en la zona de fumadores,
coincidí con varios viajeros que, al igual que yo, habían sido dejados en
tierra por Alitalia.
Sea como fuere, acabé despegando y
aterrizando en Roma hamdullah.
Tenía que sacar la tarjeta de embarque, así
que me fui al mostrador y le di el pasaporte a una joven de larguísimas uñas,
que nada más abrir la boca me hizo temer lo peor:
-
Ah,
Lorenzo Pardo…
Cuando la gente se sabe mi nombre suelen
avecinarse cosas malas.
-
Sí,
soy yo… ¿pasa algo?
-
Pues
sí, sí pasa. Resulta que en Trípoli te han reservado plaza en el avión de la
tarde, pero han enviado tu equipaje al avión de la noche.
-
Eso
no suena bien.
-
No.
Y el caso es que no sé si puedo cambiarlo… voy a intentar pasarte al vuelo de
la noche.
Mientras tecleaba en el ordenador y llamaba
a diversos departamentos, comentaba con su compañera lo inútiles que son los
libios, lo mal que trabajan siempre y que a quién se le ocurre hacer lo que le
han hecho a este pobre viajero.
-
Bueno,
señor Pardo; no puedo cambiarle al avión de la noche, pero he podido cambiar su
equipaje al avión de la tarde, así que todo bien. Aquí tiene la tarjeta de
embarque.
Algo confuso con tantos vuelos de la tarde y de la noche, le di las gracias prolijamente, y mientras
tarareaba el Me siento muy feliz de Calimero, me dirigí al primer sitio
donde se pudiera pecar:
Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. |
Horas más tarde llegué a Madrid, bajé del
avión, y me puse a esperar a que saliera mi equipaje.
Y esperé.
Y esperé.
Y al final, con un sentimiento de si en el
fondo ya lo sabía yo, me fui a reclamar. La señora del mostrador, al escuchar mi nombre, respondió así:
-
Ah,
Lorenzo Pardo…
¿Qué le pasaba hoy a todo el mundo con mi
nombre? Por lo visto, la extremadamente eficiente señora de Roma, mucho más
eficiente en todo caso que los libios de Trípoli, no había sabido cambiar el equipaje
de un avión al otro, así que este seguía en la capital italiana, ajeno a mis cuitas.
Pero bueno, fuera me esperaban mi madre y mi
hermano, así que el equipaje se convirtió en algo secundario. Además, ya en el
pueblo entré en una vorágine de primos, más hermanos, amigos, tíos y viajes y
demás, una espiral que ya no se detendría hasta mi vuelta a Trípoli, de modo que
nada grave.
Y tres días después me llevaron la maleta a
casa, con lo que pude por fin cambiarme de calzoncillos. Una historia
accidentada, pero con final feliz. La próxima entrada, crónicas libianas de verdad.
Me alegro que ya estés por aquí....digo, por allí...bueno, ya me entiendes.
ResponderEliminarLa parda desubicada
Jaja, eres mu reparda! Yo también me alegro de haber ido (o de haber venido)
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